Nunca en mi frente noté la luz que me guiaba; las noches así se hacían más largas. El tiempo distaba de mis movimientos, jugaba retrotraéndome a mis ocasos. La claridad era sin embargo un sello indiferente, es decir, estaba todo el tiempo sobre mi pero en realidad para mi era como si no lo estuviera. Transmitía mis grises, me fascinaba mi sentimiento dark, dormía en una coraza de bronce... aunque el bronce fuese fácil de fundir. Un día crucé la calle, miré desde la vereda de enfrente, noté los rostros que me rodeaban: en unos había amor (en algunos mucho amor-me entendés-), en otros quizas nunca entienda porqué me tenían odio (algunos nomás, siempre hay de esos hijos d p..., nunca faltan), y tambien estaban los indiferentes, aunque los peores eran los que me señalaban por envidia, arrogancia o ignorancia. Entonces, crucé la calle con el semáforo en rojo, no era suicidio pero el riesgo me dió vértigo y el vértigo una emoción que nunca había sentido; los vehículos hicieron sonar sus bocinazos y sus "maleducados ruegos" con sus dedos medios santimaldificándome; uno tuvo unos reflejos terribles y me esquivó casi rosándome pero a la vez tuvo que esquivar al vehículo que le quedaba de frente ( que se abatató y clavó los frenos ahí no más, al medio de la esquina). Me sonrreí, y seguí caminando volviendo a mis grises, mientras los de la otra vereda se quedaban pasmados con la lengua afuera y los ojos casi salidos. Algunos se taparon los ojos para no ver el final de...(já,já,já), mi historia. Pero no fue un final, seguía siendo mi historia. Había uno (de los que sentían mucho amor-me entendés-), que me aplaudia y hasta se cruzó de vereda con una sonrrisa buscando alcanzarme, y tuve que debatirme que haría con él... Igual yá, había reconocido y entendido la fuerza y la energía de la luz que me guiaba. Entonces fui yo quién levantó el dedo medio.
Luis Alberto Martínez
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